— DE VIEJA QUIERO SER ASÍ
Creo que después de todos estos meses, me he vuelto más generosa, más empática y escucho mejor.
El pasar tanto tiempo con personas mayores me ha dado muchas lecciones de vida; la más importante, que no debo preocuparme tanto por las cosas.
Es difícil que una persona que tiende a la ansiedad no se preocupe por el futuro o por las cosas que puedan suceder, pero ellos me han enseñado a que la angustia y el nerviosismo solo sirven para una cosa: para vivir menos y peor.
Otra de las cosas que me llevo es que nunca es tarde. Ni siquiera para ellos. Ninguno piensa que le quedan pocas cosas que vivir; todo lo contrario, creen que aún les queda mucha guerra que dar; y es que, esa manera de tomarse el hoy, es lo que hace que lleguen al mañana con una energía insaciable.
Es curioso que personas tan mayores se rían tanto de la muerte. Yo siempre he pensado mucho en la muerte, desde niña. Igual es por eso; porque aun no he sobrevivido a las pruebas por las que la vida te acaba poniendo al borde del otro barrio y cuando vuelves a ver la luz al final del túnel, hay cosas por las que dejas de preocuparte.
En estos meses he escuchado historias durísimas, que he pensado que yo no sé si podría superar. Pero sí se puede. Ellos son el ejemplo de que todo sigue, todo cambia y lo malo se acaba transformando en algo bueno, tarde o temprano.
Muchos han aprendido que sus hijos no deben pagar las formas de vidas tan crueles por las que ellos pasaron antes. Algunas se han rebelado ante una época en la que la mujer debía de estar en casa, frente a un hombre que traía el dinero y que se tumbaba en el sofá mientras ella se encargaba de todo sin rechistar. Otras han dicho “basta” cuando los límites se veían sobrepasados. Muchas han querido ser independientes, a pesar de que el padre de familia tuviera el dinero suficiente para mantenerles a todos. Otros se han negado a un luto indefinido y se han dado cuenta de que tenían derecho a ser felices de nuevo. En otros casos, pensaron que todo podría esperar, incluso una enfermedad grave, si en juego están tus primeras vacaciones en primera línea de mar después de 60 años sin haber podido disfrutar de unas; y otros aún siguen sacando fuerzas para salir de casa a pesar de que sus caídas son cada vez más difíciles de reparar.
Ellos me han enseñado que la edad es solo un número; que solo es vida y experiencia, pero que siguen siendo niños, y que esa parte esperan no perderla nunca. Que una Moritz a las 11 es igual de importante que el café. Que están seguros de que parte importante de su alegría es que viven al lado del mar y que nunca se irían lejos de él. Que las piernas no se atrofian si las mueves y que las penas se olvidan hablándolas, aunque sea mil veces y a diario. Que las partidas de Dominó pueden llegar a ser cuestión de Estado, y que tú no me ganas, yo me dejo perder. Que igual el problema está en que los jóvenes oímos mejor, pero escuchamos menos y que el amor no dura 3 años, puede durar toda la vida; pero tú a lo tuyo, yo a lo mío y ya nos vemos luego.
Yo ya no tengo miedo. No tengo miedo a estar sola. Ni me da miedo hacerme vieja. Ni siquiera morirme. Al final todo depende de cómo te levantes después de caerte y caer, está claro que nos caeremos; pero lo importante es luchar, disfrutar y en definitiva, vivir.
Indudablemente, si esto es ser viejo, yo de vieja quiero ser así.